Texto y fotografías de Joaquín González Herrero
En el esplendor del otoño segoviano la campiña de Martín Muñoz de las Posadas luce sus tonos ocres, enlucidos por un veranillo de San Miguel que hoy se muestra como el gran señor de los ejércitos del llano.
Y entre los campos de gualda envejecida una mancha verde destaca junto al camino, en Majuelo Cantos, con la indiferencia de quien ve inevitable su destino. Llega la hora de su sacrificio, y en el altar de Baco serán servidas las uvas que asoman bajo los generosos pámpanos y adornan como pendientes de amatista los añosos troncos de las cepas.
Ya esperan los racimos la mano que habrá de separarlos de sus guías, la savia que ahora es zumo y que en la barrica se hará vino. Es la hora de la vendimia y el único viñedo del lugar al que una tormenta y el granizo en parte respetaron entregará la cosecha de la ubérrima garnacha que aún pende de la viña. Será en Martín Muñoz de las Posadas el nueve de octubre. Llegarán al pago, bajo la mirada del Alto del Villar, los rumores de la feria en la plaza de la villa. Y en el rito milenario Francisco Barrero, alma y carne del majuelo, oficiará de maestro de ceremonias.
Su esposa Marciana y unos buenos amigos estarán a su lado. Quieran los hados que sea el augurio de un mañana fecundo: la vuelta a un pasado con los carros cargados de racimos, balanceándose en las roderas del camino. En ese hermoso ayer, el futuro espera.